Es una calle apagada
en una noche de invierno.
Violencia de muerte dormida
con vientos de hielo seco.
La locura de un pecado
vida estéril para siempre.
Negra balsa de delirio
que, sin amor, nunca duerme.
Rayo de mil tormentas
que acaba con pobres gentes.
Soñar sobre tu regazo
es, ya, querer tus simientes.
Los envites de tus aguas
son, para mi, los placeres
de agujas de catedrales
cayendo sobre mis sienes.
Las hojas blancas del mar
se pierden entre tus bienes
y una nueva luna llena,
entre doce caracteres,
busca las huellas del Dios
que prohibió los pareceres.

Ebrios de miedo, meditan,
borrachos de cielo, cantan,
que entre solo vino y agua
hay sangre que es bendita
y carne que vivifica
en pan de trigo, ¡miradle!
Qué tristes son tus mundos
y la gente que te adora.
Antes de nacer, Tú sabes
su camino, fecha y hora.
Huellas de tedio, sin sangre,
y ojos de triste mirada.
Hay caminos de palabras
y de lágrimas hay mares.
Negros cielos del invierno
no dañéis más mi carne,
mirad que por mí ha muerto
y carga mi cruz, ¡miradle!



Cádiz, Diciembre 1969
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