Los últimos destellos,
olvidados ya por la mente humana,
caen a plomo sobre el horizonte.
Dentro del ser despierta el alma
y, entre tensos desperezos, se agita
para iniciar la danza de la noche
en un cúmulo de ideas y visiones
que, suma de dolor y angustia, escoge.


Falso ideal el de la tierra
que ofrece los frutos de la sangre.
Falso ideal, poder, grandeza,
creerse superior en un instante.
Falso ideal el mundo
con su ansia insaciable de oro.
Falso ideal, yo no lo siento,
vivir para un ser que no conozco.


Esa luz que ves allí, no existe;
es tu mente que se enciende a cada paso,
en cada plaza, calle, en cada esquina,
creando un mundo imaginario.

Es la imagen de tu sueño que, vibrante,
toma carne de tu cuerpo y danza y danza
en la bruma de las formas inviolables.
Mientras, y tú no ves, la noche avanza.


Si falso es el amor con el que sueño,
como lo fue el ideal del que he vivido,
¿cómo sigo tomando mi alimento?,
¿cómo puedo vivir lo no existido?,
¿cómo espero una verdad que no la siento?,
¿cómo creo en las formas que han huido?


¡Palabras imperiosas lleva el aire
que azotan y quebrantan el oído
esparciendo el contenido en la conciencia
-dichoso tú que en ella has creído-
y donando del fondo de una ciencia
la brisa superficial,
grato honor para la razón que fue vencida!


Son grises las sombras en la noche
y en ella se confunden -oh, espanto-
los mil colores de las flores vivas
con la tierra muerta -sed y llanto-.
Son grises los deseos de nuestra alma
cuando busca ese algo que no encuentra;
como lo son los suspiros vagabundos
que, entre aroma de rosas, el pecho encierra;
y el rayo de luz que en la mañana
a una vida, existencia monótona, despierta;
y el agua cristalina de la fuente
mezclada con la lluvia cadenciosa;
y el sonido, raro canto, de las aves
cuando el son lastimero dice: "llora".


Cádiz, Mayo 1969
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