En esta noche,
sin luz, sin esperanza,
camino amargamente
por un mundo solitario que agoniza.
Las tinieblas de mi mente
me atan, para siempre, al fulgor
de la última ciudad que conocí.
¡Sólo pienso en el dolor!


Paso a paso,
recorro los senderos de mi alma
en un alocado sueño
pleno de angustia y pasión.
Cada segundo,
horas enteras de mi vida,
siglos fugaces de mi amor,
una última ilusión que se derrumba
y un grito de terror que petrifica.
Después, en un instante,
el deseo interminable de la nada,
el vacío absoluto del espíritu,
la locura inminente, hielo en el alma.


Y pasa el tiempo,
día tras día, año tras año,
sin una caricia del sol,
sin el calor de sus rayos.
Mientras tanto,
danzan las brumas sin cesar
con un aliento demoniaco, más quizás,
desmembrando, mucho a mucho, el corazón.


¡Qué ciegas son las sombras
que pasan, junto a mí, sin detenerse!
Vienen, cruzan y van
en el exhalar de un suspiro
que enciende, sin embargo, la pasión.
¡Qué oscuros son los días
-la razón torturando por momentos-
cuando la lluvia cae
apagando los últimos rescoldos
de un fuego de locura y sentimientos!
Eras después cae la nieve,
cuando ya lo que fuimos no seremos,
helando las cenizas, aún recuerdos,
de algo que, a fuerza de pequeño, es humano.


De nuevo siento la chispa del terror
acercarse a la mente ensangrentada.
Vivir para sufrir, ¿será desgracia?
Siento que se agota ya mi cuerpo,
la mente es un ascua de dolor,
una idea la ilumina más que un sol,
una idea, ¿idea o hecho?
Ya es un hecho, ¡la muerte!,
fue una idea, ¡desesperación!


Cádiz, Febrero 1969
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